Hace una semana, un director general me preguntaba por qué algunos de sus colaboradores más cercanos llegan tristes al trabajo.
– Veo infelicidad por la mañana, quisiera saber el por qué -, me compartía.
Le contesté, - ¿te has acercado a ellos?, ¿has tratado de averiguar cuáles son los motivos?
– No, todavía no -, me contestó.
En otra ocasión, me comentaba un responsable del capital humano que el dueño del negocio se sabe los nombres de los trabajadores de limpieza e intercambia, asiduamente, conversaciones personales con ellos. No me extraña que este propietario fuese el líder más bien valorado de la organización.
Son claros ejemplos, aunque con resultado polarizado, que demuestran la necesidad de conocernos más unos a otros. Empezando, claro está, por nosotros. Cuando nos conocemos a nosotros mismos estamos en mejores condiciones para conocer a los demás.
Conocer algo de la vida privada de tus colaboradores, como por ejemplo, cómo son, cómo se sienten, qué hacen fuera del trabajo, con quién viven,... o preguntar acerca de su familia y sus aficiones es vital para la durabilidad y el buen hacer de una comunidad.
La verdad es que, en nuestro lugar de trabajo, apenas conocemos a los colaboradores con los que más nos relacionamos. No se trata de ser indiscreto, de traspasar los límites de la privacidad de cada individuo, ni de cotillear o ser chismoso, ni tan siquiera de traición alguna a la confianza.
Es un proceso largo, a veces muy dilatado en el tiempo y complicado en la ejecución. Aunque beneficioso y muy útil para los individuos y el colectivo. Por ejemplo: si invirtiéramos más tiempo en conocernos unos a otros, no tendríamos sorpresas en los resultados de las encuestas de clima laboral, habría más confianza, respeto y empatía.
El diálogo privado en las empresas es una pieza clave para la colaboración. Dialogar hace alcanzable el poder del pensamiento colectivo. Y con él, llega el éxito.
Pregúntales por su vida, y verás los resultados.