Los que me conocen saben que estoy locamente enamorado de servir a la vida.
Todo es vida a nuestro alrededor y, esencialmente, para mí, vida es amor.
Como el piloto francés Guillaumet dijo, el amor es probablemente la fuente de sentido más evidente de nuestra existencia.
Afortunadamente, cada vez somos más personas las que nos atrevemos a confiar en el poder del amor en todos los aspectos de nuestras vidas. Y lo hacemos sin juicios ni expectativas, colocamos en pausa nuestras creencias, aceptamos segundas opiniones y siempre buscamos el ganar-ganar.
Seres humanos que procuramos hacer todo con amor. En nuestras relaciones, en nuestro trabajo, en nuestros sentimientos. El amor nos empuja, y la fuerza de la vida nos mueve hacia un proceso de auto-conciencia sin final, a comprender la empatía más dura y difícil y a buscar el pensamiento colectivo hacia la armonía y la paz en nuestro planeta.
Somos personas que forjamos organizaciones con el fuego y el alma del amor. ‘El trabajo es amor hecho visible’ escribió Gibran Kahlil en su libro ‘El Profeta’. Cierto, trabajar con amor es algo que nos contagia, que nos hace más sensibles y creíbles unos a otros y, sobre todo, nos conecta y nos une.
Yo también compartí mi sueño de regresar a mi estado original del ser para servir y trabajar con amor. Como Doña Lupita que prepara y vende sus tlacoyos de chicharrón y alverjón a las puestas de una torre en el Paseo de la Reforma de la colonia Cuauhtémoc.
Liberé mis ilusiones y una cierta falta de libertad para volverme un motor y agitador en cimentar una nueva sociedad con una verdadera cultura ética y donde el amor se convierta en algo cotidiano e universal.
Somos las personas del corazón. Las que vivimos en el país “donde la vida es amor”.