Ya sé, las dos son palabras difíciles de usar en nuestro diccionario cotidiano. Inclusive, nos da miedo de pronunciarlas en según qué conversaciones. Además, equivocadamente, asociamos la disciplina sólo al ejército o la iglesia y la desidia al gobierno.
No obstante, ambas son actitudes clave en nuestro aprendizaje como personas.
A menudo, la disciplina te lleva a avanzar y crear; en cambio, la desidia te puede llevar a retroceder y destruir. Simple o complejo, se trata de preocuparse y ser ordenado o de abandonarse y ser negligente.
La desidia es una actitud de dejadez, descuido, desinterés e inercia, que lleva a abandonar a quien la siente, sus asuntos y/o su propia persona o sus responsabilidades.
La disciplina consiste, en cambio, en el método por el cual se guía e imparte un saber a una persona o grupo de personas para que sigan un código de conducta o desarrollen habilidades y/o actitudes.
No obstante, la desidia no se traduce siempre en ser apático, ni ser desconfiado. Ni la disciplina te conduce directamente a ser empático y ser una persona confiable y comprometida. La disciplina por si sola puede llegar a ser exclusiva si no contempla la comprensión de quién no cumple y por qué no lo hace.
Ciertamente, estoy algo confundido y necesito escribir ejemplos de cómo dejar a un lado la desgana e inapetencia y ser mejor persona de una forma dócil y educativa.
Como casi siempre, empezaremos con las tareas sencillas, aquellas que dependen de nosotros mismos, como pueden ser estas seis:
Haré cada día mi cama
Lavaré mis trastes
Guardaré la ropa en su lugar
Iré a comprar alimentos frescos y cocinaré de vez en cuando
Cuidaré mis plantas
Conduciré respetando las normas y con respeto hacia los demás conductores y peatones
Te darás cuenta rápidamente que estos hábitos te introducirán en el mundo de la confianza y la empatía, y por consiguiente serás más feliz.
Te animo pues a que las hagas diariamente, y dejarás a un lado las terribles consecuencias de la desidia.