Cuando existen relaciones personales ásperas en el seno de un equipo directivo-gerencial son como un dolor interno que se esconde o disimula, y que parece no tener remedio.
Después de recibir un CV excelente, de un largo y exitoso proceso de contratación, y de una educación específica al inicio de la incorporación, uno espera lograr un grupo de líderes brillante, profesional y efectivo.
Sin embargo, aunque al cabo de poco tiempo cumplan objetivos y den resultados satisfactorios, algo detectamos que no anda fino. No importa si son nuevos, ya adaptados, en proceso de, o llevan años ‘conociéndose’; a veces, uno huele claramente a rifirrafe, a desajustes y a discusiones endémicas.
Es evidente que la parte humana no encaja. Se trata de distintas personalidades, sin una misma dirección. Grandes profesionales cuyos relojes no marcan la misma hora, siempre llevan minutos de diferencia. Mientras sus organizaciones siguen exitosas, el resto de los colaboradores sufren sus relaciones escabrosas. ¡Y eso si está mal, muy mal!
Ciertamente, yo prefiero trabajar con un equipo de primer nivel basado en una relación confiable y armoniosa entre sus miembros. Como la confianza de un reloj suizo: calidad, sincronicidad y fiabilidad.
Es perfecto tener a máximos responsables con distintos puntos de vista. Incluso muy aconsejable en etapas de decisión e innovación, siempre y cuando, Roma esté al final de cada uno de sus caminos.
Un equipo fuerte es identificado por tener y generar altos niveles de confianza. Ya sé que la confianza interpersonal al 100% no existe. Pero trabajar en desconfianza, crea mal ambiente y perjudica los resultados.
En cambio, una excelente relación entre los de arriba trae automáticamente implicación, prosperidad y alegría al resto de los colaboradores de la organización.
Comments