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Foto del escritorCarles Sorita

¿Trabajas o solo laboras como hacen las abejas?



Hace unas semanas me invitaron a participar en una conferencia sobre las diferencias y relaciones éticas entre trabajar y laborar; conceptos que, aparentemente en la vida cotidiana, significan o parecen que son lo mismo, o por lo menos, así los utilizamos.


Uno de los conferenciantes, José Antonio Robledo y Meza (*), escenificó muy acertadamente en su exposición, a dos personajes imaginarios que representan las distintas definiciones de trabajar y laborar.


Por una parte, y en representación de la labor, Toño nos presentó a ‘Juan’, de quien dijo: “desempeña, por cuenta ajena, una actividad rutinaria en una planta industrial, la cual no le provoca ningún placer y sí, por el contrario, malestar, esperando llegue a su fin para irse a descansar. Le disgusta la idea de regresar al otro día. No sabe para qué pinta tantos aros. Pinta por dinero. Ese es su objetivo”.


Posteriormente nos introdujo a ‘Diego’, el representante del trabajo: “Diego tiene su propio negocio, trabaja pintando murales, disfruta pintándolos. Los murales son obras suyas y pintarlos es la finalidad de las actividades que realiza. Todas sus energías están orientadas a realizar bellos murales, y ama hacerlos porque sabe procura experiencias gratas a quien los contempla. Su propósito es la excelencia. Diego siente placer haciendo murales, es feliz”.


Delante de esta palpable divergencia no dudé en identificarme con la interpretación de ‘Juan’, aunque con el espíritu de ‘Diego’. Les explico. En realidad, no tendríamos que ser autónomos para disfrutar y encontrar placer en nuestro trabajo. Antes de emprender, siempre había realizado mi actividad laboral en una organización como un colaborador creativo y feliz.


Sin embargo, hoy en día, me encuentro a demasiados ‘Juanes’ y a muy pocos ‘Diegos’. Me pregunto ¿por qué muchos trabajos se convierten con el tiempo en sólo labores? La verdad es que hay todo tipo de respuestas con varias causas que originan dicha conversión, como, por ejemplo:

- las promesas incumplidas (horarios, planes de carrera, promociones,),

- el trato recibido del jefe (hay pocos líderes y demasiados que dirigen),

- la poca o nula creatividad o diseño (mejorar),

- la difícil adaptación a los cambios continuos (bomberazos)

- la falta de ética y libertad (abusos)

- la incapacidad de realizar una tarea o resolver un problema (desarrollo de conocimiento, habilidades y actitudes)

- o también las relaciones humanas con los demás (comportamientos).


Hablando desde la perspectiva y posibilidades del colaborador, con o sin galones, las soluciones a algunas de estas acusaciones están literalmente fuera de su alcance. Sin embargo, aquellas quejas que se relacionan con el talento, el ingenio o el comportamiento, si pueden ser corregidas y con el tiempo solventadas.


Laborar es cómo informar, sin conocimiento. O como experimentar emociones sin saber gestionarlas. Trabajar, en cambio, va mucho más allá. Es una intención que expresa libertad. Algo que tiene sentido y te orienta. Es aprender y cambiar constantemente.


Pero, ¿cómo podemos regresar a esa ilusión inicial por la cual aceptamos el puesto?


El primer paso para dejar de laborar y volver a trabajar recae en las relaciones humanas que tengamos con los demás. Abrirnos a los que peor nos caen o corregir hábitos que llevan demasiado tiempo en nuestra ‘whislist’, son ejemplos de las primeras materializaciones que debemos ejecutar.


Seguidamente hemos de dejar atrás antipatías, apatías y desidias, y reencontrar las sensaciones de las primeras semanas después de habernos incorporado, con curiosidad, compasión y coraje. Volver a entusiasmarse, por ejemplo, con el hecho de formar parte un equipo de trabajo, de plantearse ser una mejor persona, o de estar dispuesto a buscar nuevos conocimientos, son propósitos fundamentales en el camino al éxito profesional y humano dentro de nuestros lugares de trabajo.


Quizá todo es tan sencillo como decir que las abejas hacen una labor y que el ser humano trabaja.


(*) José Antonio Robledo y Meza. Licenciado en filosofía, maestro en historia; estudios de ingeniería, graduado de la escuela de Étienne Decroux representada en Puebla por Agustín Viveros; creador del proyecto “México el árbol de los mil frutos” y del programa radiofónico del mismo nombre vigente desde el 5 de febrero de 2010. Profesor de Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla desde 1973 a la fecha. Sobreviviente del Covid-19.

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