Hay momentos en que la mente y el corazón no se ponen de acuerdo, inteligencia y emociones luchan incansablemente dentro de nuestro ser. Nos bloqueamos, no avanzamos y perdemos la credibilidad delante de los demás.
Son momentos en los cuales necesitamos de una vitamina adicional, de un carburante especial, de una energía juvenil o de una ilusión infantil, para afrontar los acontecimientos cotidianos que van apareciendo en nuestro camino.
A pesar de nuestro nivel de conocimiento y de nuestra carga motivacional, desde mi punto de vista, hay situaciones que requieren de una intensidad extraordinaria y, en cierto modo exterior a nuestro cuerpo, como es la espiritualidad.
La espiritualidad es un pensamiento complejo, a mi entender propio de la filosofía, que abarca diferentes contextos e ideologías. Su explicación varía según la corriente de pensamiento que se consulte. En mi opinión, la espiritualidad humana es la consciencia de una parte de nosotros que no se manifiesta materialmente, pues está conectada con nuestra voluntad de actuar y nuestras creencias culturales y morales.
Pocos son los que dudamos que la espiritualidad tiene un papel fundamental en nuestras actitudes y relaciones humanas, aunque a una gran mayoría les cuesta todavía identificarla dentro del ámbito laboral.
Sn embargo, es un hecho que trabajo y espiritualidad están cada vez más conectados. El aprendizaje me ha demostrado que el equilibrio entre la razón (Coeficiente Intelectual) y la emoción (Inteligencia Emocional) es eficiente cuando nos apoyamos en la espiritualidad, como complemento al ‘ser inteligentes’ y ‘estar motivados’.
En mi opinión, la espiritualidad en el lugar de trabajo tiene sus raíces en el sacrificio, la disciplina y el compromiso en aplicar un propósito, una causa, una creencia a lo que hacemos y porque lo hacemos.
Muchos son los beneficios; los líderes que creen en la espiritualidad en el trabajo son considerados como más efectivos y, por consiguiente, aumentan la satisfacción laboral, la motivación y la productividad.
Actúan de forma muy transparente, y rápidamente detectamos en ellos una serie de cambios en sus valores y actitudes, sobre todo en cualidades propias del espíritu humano, como el amor, la paciencia, la tolerancia, el perdón, la satisfacción y los sentidos de responsabilidad y armonía.
Dedican tiempo a los llamados asuntos espirituales del liderazgo. Aquellos que ocupan al líder a dejar a un lado su ego en busca de la consciencia, a guiarlo con una brújula moral, a transformar involuntariamente su pasión en compasión, a servir y cuidar a los demás, a ser simpático y empático al mismo tiempo y a generar integridad, paz y felicidad a ellos mismos, así como a los demás.
No cabe duda de que son cuestiones esenciales en los momentos que estamos viviendo, que a pesar de ser inciertos están llenos de esperanza. Éste debe ser un momento de reflexión en la sociedad, y también en nuestros lugares de trabajo, donde la espiritualidad, la ética y la humanidad tienen y tendrán el papel que verdaderamente les corresponde.
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