He tenido suerte: a lo largo de mi vida he estado trabajando en organizaciones donde además de estar enfocado a resultados, la ética y la eficiencia eran considerados como esenciales y formaban parte del aprendizaje de todos los colaboradores.
Por eso predico, a sol y sombra, que “vivir mejor en el trabajo es posible”, y no es una utopía. Fueron y son, organizaciones donde los principios y valores humanos están presentes y no ausentes.
Es cierto que cada día nos enfrentamos a nuevos desafíos éticos. Pero parece como si todo valiese cuando se trata de querer ser y crecer más que el otro.
Detrás de una organización ética, hay siempre líderes éticos. En mi opinión, las organizaciones, además de ser competitivas, maximizar utilidades y reducir costos, también deberían crecen en competencia organizacional, y eso es eficiencia. Soy de los que piensan que esta pandemia ha acentuado la necesidad de tener más directores, gerentes, jefes y supervisores con ética y valores; responsables, más coherentes, tolerantes, y conscientes del bien común y de cada uno de los integrantes de la empresa donde trabajan.
Quizá estamos valorado excesivamente a la inteligencia y el talento. las organizaciones necesitan que los líderes eficaces, aquellos que están sólo enfocados a resultados, sean también más éticos y, en consecuencia, más eficientes. No se trata de contratar, ‘eficaces’ o ‘eficientes’, sino de complementar fortalezas. Precisamente, esta combinación demuestra consistencia e inteligencia en el futuro de una organización.
En el otro lado de la balanza están los líderes poco éticos, aquellos que se distinguen por su nivel de toxicidad. Desafortunadamente sigue habiendo muchos; se esfuerzan en realizar buenas acciones entre acciones no éticas, como si no pasara nada. ¡Y hay quien todavía les aplaude!
Pero vamos a la práctica, hay decenas de ejemplos de falta de ética en el día a día laboral, y no deberían pasar desapercibidos. No voy a enumerar casos de falta de ética por robos, negligencias, saltarse el código de conducta, no informar de problemas graves, no denunciar realidades que no deberían existir, o no hacer visible lo que duele y parece invisible. Un líder ético, por supuesto no miente y no hace trampa; es básicamente honesto. Se rige por normas morales, hace lo correcto, antepone la consciencia a su ego, maximiza el bienestar y minimiza el dolor. Pero también,
• no abusa en añadir al final de las frases sobre peticiones a colaboradores, ‘hazlo, tan pronto como puedas’,
• no anula un día festivo que otorgó por una gratificación especial o un tiempo de dedicación extra,
• no envía o contesta un email, que no es ni urgente ni importante, después de una determinada hora ya avanzada la tarde,
• reconoce, y nunca se lo atribuye, el buen trabajo realizado por otra persona,
• no toma decisiones, sin antes conocer las repercusiones,
• no comunica temas importantes para la organización, sin previamente deliberar con sus pares y/o colaboradores,
• da prioridad en su agenda cuando alguien le pide que quiere comentarle algo,
• se dedica tiempo, y lo dedica a los demás,
• sale de la oficina, o se desconecta, a una hora razonable,
• no cambia de prioridades constantemente
• o no trabaja un número excesivo de horas todos los días, ni trabaja la mayoría de los fines de semana.
Pero, cuál es la causa principal por la que un líder ‘olvida’ ser ético. Si les preguntas, la mayoría argumentan que por falta de tiempo o por culpa de su jefe. Pero todos sabemos que lo que realmente existe, es falta de voluntad.
Todos somos personas inteligentes, con fortalezas, talento y destreza. Hagamos nuestro mejor esfuerzo para ser mejores, también en actitudes.
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